
¿Qué son las heridas de infancia?
Las heridas de la infancia son los patrones que repetimos según lo que vivimos en nuestros primeros años de vida. Surgen a partir de ciertas dificultades o experiencias dolorosas, por las cuales desarrollamos ciertas conductas para “sobrevivir” o tolerar lo que vivimos en ese momento. Sin embargo, pasa que seguimos repitiéndolas a lo largo de nuestra vida, una y otra vez, a pesar de que ya no sean necesarias, y, en ocasiones, sean inconvenientes.

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¿Qué son las heridas de la infancia?
Las heridas de la infancia son experiencias emocionales negativas o traumáticas que ocurren durante los primeros años de vida y que pueden dejar una marca profunda en la forma en que una persona se relaciona consigo misma y con los demás. Estas heridas suelen originarse en situaciones como la falta de atención emocional, el abuso físico o psicológico, el abandono, la sobreexigencia o incluso en dinámicas familiares disfuncionales.
Aunque son eventos del pasado, las heridas de la infancia no desaparecen por sí solas; tienden a manifestarse en la adultez como inseguridades, miedos, patrones de comportamiento repetitivos o dificultades en las relaciones interpersonales. Reconocer y trabajar en estas heridas a través de procesos como la terapia psicológica puede ayudar a transformar esas cicatrices en herramientas de crecimiento personal, mejorando la calidad de vida y el bienestar emocional.
¿Cómo se ven las heridas de la infancia?
Podemos ver estas heridas en distintos aspectos de nuestra vida. Quizás aparecen en nuestras relaciones, en emociones que nos es difícil controlar, o en los pensamientos que tenemos sobre nosotros mismos. Es importante recordar que TODOS tenemos estas heridas. No tenemos que haber tenido una infancia sumamente dolorosa para que estén. Surgen a partir de cualquier experiencia difícil, porque tuvimos padres imperfectos y porque no hay manera de salir ilesos de nuestros primeros años de vida.
Existen cinco tipos principales de heridas de la infancia, que se originan en diferentes dinámicas o experiencias vividas durante los primeros años. Estas heridas suelen influir en cómo percibimos el mundo, nuestras relaciones y nuestra autoestima. A continuación, te detallo las más comunes:
Herida #1: Rechazo
Se refiere a las experiencias donde sentimos que no fuimos completamente aceptados por nuestro cuidador. Esta percepción puede haberse dado a partir de una experiencia muy clara de rechazo, como también a partir de experiencias que fueron interpretadas como tal. Quizás en ese momento no pudimos entender lo que realmente estaba pasando con nuestros cuidadores. Nos puede llevar a desarrollar patrones como:
- Buscar la perfección: Tratar de no equivocarnos y nunca ser criticados.
- Ser complacientes: Evitar desagradar a las personas para que nunca se molesten con nosotros.
- No ser auténticos en nuestras relaciones: En el intento de buscar agradar podemos tender a adaptarnos mucho a las personas para ser queridos.
Herida #2: Abandono
El abandono se refiere a experiencias de soledad profunda. Puede ser porque una de las figuras parentales no estuvo presente o porque no hubo una conexión emocional profunda. Si bien actualmente se puede comprender qué estaba pasando realmente con nuestros cuidadores, en la niñez es probable que estas experiencias se tomen de manera personal. Nos puede llevar a desarrollar patrones como:
- Tener una gran necesidad de aceptación: Podemos estar muy preocupados por la percepción que los demás tienen de nosotros. Incluso, más preocupados por cómo nos ven que por cómo nos sentimos en esa relación.
- Hiper independencia: El depender de otros puede dar miedo, por lo que podemos preferir mantener cierta distancia en nuestras relaciones. Por ejemplo, al cuidar a otros emocionalmente, pero evitar que ellos nos cuiden.
- Minimizar la importancia de las personas en nuestra vida: Puede suceder que por miedo a que nos dejen, nos encontremos fingiendo que las personas en nuestra vida no nos importan tanto, que nos da igual si están o si no quieren estar. Incluso, podemos tener la tendencia a salir de una relación de manera anticipada, por miedo a que la otra persona nos deje.
Herida #3: Humillación
Se refiere a experiencias en las que los cuidadores dieron el mensaje de que éramos “insuficientes”, “malos”, o que algo en nosotros era “inaceptable” o no merecedor de amor. Nos puede llevar a desarrollar patrones como:
- Tener dificultades con el disfrute: Podemos sentir miedo frente a las emociones agradables, quizás pensar que no las merecemos o que habrá una consecuencia.
- Tener baja autoestima: Podemos sentir que no nos merecemos cosas buenas, que no tenemos valor o que somos inferiores a los demás. También, puede aparecer una tendencia narcisista para compensar la baja autoestima.
- Tener dificultades con el autocuidado: Podemos no sentirnos merecedores de autocuidado, lo que se puede evidenciar en una falta de atención a nuestro cuerpo y necesidades emocionales.
Herida #4: Traición
Se refiere a experiencias en las que alguien importante en nuestra vida realiza una conducta que rompe nuestra confianza o interfiere con nuestro bienestar. Se da con personas con las que hay una dependencia, especialmente en el caso de los cuidadores en edades tempranas, pero también se puede dar en la adultez en relaciones cercanas. Nos puede llevar a desarrollar patrones como:
- Control: Podemos tener el deseo de influir en la vida de los demás, en sus decisiones y en su conducta.
- Percepción negativa de los demás: Quizás asumamos precipitadamente que los demás tienen malas intenciones.
- Percepción negativa y pesimista del mundo: Podemos asumir que el mundo es un lugar inseguro, complicado y que vamos a tener experiencias negativas frecuentemente.
Herida #5: Injusticia
Se refiere a la experiencia de haber tenido cuidadores fríos y autoritarios. Quizás solo nos dieron afecto a partir de nuestros logros, por lo que hubo una necesidad de “actuar” para recibir amor. Nos puede llevar a desarrollar patrones como:
- Miedo a perder el control: Podemos buscar mantenernos controlados a toda costa. Que todo nos salga bien y no generar problemas.
- Dureza: Podemos exigirle demasiado a nuestro cuerpo. Quizás no evidenciamos el sentirnos mal, el estar cansados, así como el tener dificultades emocionales. Podemos querer mostrarle al mundo que todo siempre está bien.
- Búsqueda de poder y logro: Al haber recibido afecto cuando lográbamos algo, podemos mantener esta tendencia, teniendo expectativas muy altas para nosotros mismos.
Ejemplos de cuando se está hiriendo a un niño o niña
Acá ejemplos prácticos de cada tipo de herida de la infancia:
- Herida de rechazo: Un niño que expresa interés en cantar frente a su familia y recibe comentarios como “Mejor no lo hagas, no tienes buena voz”, puede sentir que no es aceptado por lo que es.
- Herida de abandono: Un niño cuyos padres trabajan largas horas y rara vez están presentes en casa podría sentir que no son lo suficientemente importantes como para recibir su atención.
- Herida de humillación: Un niño que es reprendido públicamente por manchar su ropa mientras juega, escuchando frases como “Eres un desastre, siempre haces lo mismo”, puede desarrollar una sensación de vergüenza por sus acciones.
- Herida de traición: Un padre promete llevar al niño al parque pero lo olvida repetidamente por atender otros asuntos, haciendo que el niño sienta que no puede confiar en las promesas de los demás.
- Herida de injusticia: Un niño que es castigado severamente por cometer un error menor, mientras que sus hermanos no reciben el mismo trato, puede percibir que el mundo es un lugar injusto y rígido.
Cada ejemplo ilustra cómo estas experiencias pueden marcar emocionalmente y afectar comportamientos en la adultez.
¿Cómo afectan las heridas de la infancia en la adultez?
Las heridas de la infancia pueden tener un impacto significativo en la vida adulta, afectando la forma en que las personas se relacionan consigo mismas, con los demás y con el entorno. Estas son algunas maneras en las que pueden manifestarse:
- Relaciones interpersonales
Las heridas pueden generar dificultades para establecer vínculos sanos. Por ejemplo, quienes han sufrido abandono pueden desarrollar dependencia emocional, mientras que los que han vivido rechazo tienden a evitar relaciones profundas por miedo a ser lastimados. - Autoestima y autovaloración
Las experiencias traumáticas en la infancia suelen influir en la percepción de uno mismo. Las personas pueden sentirse insuficientes, inseguras o tener una voz interna crítica que refuerza sentimientos de inferioridad. - Patrones de comportamiento repetitivos
Las heridas no sanadas pueden llevar a repetir patrones inconscientes. Por ejemplo, alguien con una herida de traición podría buscar constantemente controlar a los demás para evitar sentirse vulnerable. - Dificultades emocionales
Es común que las heridas generen emociones intensas como ansiedad, tristeza o enojo, que se activan en situaciones que recuerdan las experiencias originales. Esto puede derivar en una gestión emocional complicada. - Problemas de confianza
Las personas con heridas de la infancia pueden tener dificultades para confiar en los demás, ya sea porque temen ser lastimados o porque anticipan que serán traicionados o abandonados. - Bloqueos en el desarrollo personal
Al no trabajar estas heridas, las personas pueden sentirse atrapadas en el pasado, limitando su capacidad para avanzar y alcanzar su potencial.
Sanar estas heridas implica reconocer su impacto, comprender su origen y trabajarlas con apoyo profesional, como la terapia psicológica, para lograr una vida más equilibrada y satisfactoria.
¿Cómo sanar las heridas de la infancia?
Sanar las heridas emocionales de la infancia no es una tarea fácil. Venimos de patrones que hemos tenido por años, por lo que no los vamos a cambiar en un segundo. Tenemos condicionamientos que están tan profundos en nosotros que no se van a ir de un momento a otro porque los razonemos o porque los entendamos, pues sanar es un trabajo diario.
Es un trabajo de notar cuando algo nos gatilla, ver a qué situación pasada nos lleva, darnos espacio de sentir nuestras emociones y elegir responder distinto. Recuerda que solo sanamos cuando sentimos, y lo que resistimos, persiste. Y cuando finalmente nos damos la oportunidad de conectar con el dolor, validarlo y procesarlo es cuando las cosas realmente cambian.
Si crees necesitar ayuda para este proceso, no dudes en buscarla. Un proceso terapéutico te puede ayudar y guiar en este camino, te puede brindar herramientas para regular tus emociones, cambiar aquello que ya no te gusta y construir una vida más consciente y con mayor bienestar.